Un acontecimiento mundial sin precedentes, un sector estratégico como el que más, y un impacto tan profundo en todos los órdenes de la vida que dicho sector queda “tocado pero no hundido”. ¿Es esta la descripción que mejor casa con lo sucedido con la industria bancaria y la pandemia COVID-19? El
último informe anual de McKinsey, recién publicado, parece apuntar en esa dirección: el sector no solo ha aguantado mejor de lo que habría sido esperable, sino que las previsiones para los próximos años son razonablemente optimistas. Todo ello, sin perder de vista que nos movemos en un momento histórico de excepcional inestabilidad.
Es indudable que la pandemia ha tenido un impacto directo sobre la economía, que ha supuesto un hundimiento inédito en múltiples lugares, y cuyos escenarios de recuperación a medio plazo son todavía difusos. Pero esta crisis tiene una serie de peculiaridades para los bancos, como es el hecho de que no han debido afrontar pérdidas “anormales”. En ese sentido, su comportamiento ha sido mejor de lo que apuntaron en su momento la mayoría de los analistas.
En términos más precisos, el beneficio sobre fondos propios (ROE) en 2020 fue del 6,7 por ciento, que es sensiblemente superior al observado en 2008 cuando se produjo el estallido de la burbuja financiera, año en que el indicador se situó en el 4,9 por ciento. Aun tratándose de una cifra inferior al costo del capital social (COE), el dato es significativamente mejor del que cabría haber esperado.
Este comportamiento anómalo se debe en gran parte a la anticipación por parte de los consumidores, que optaron por primar el ahorro ante escenarios inciertos. No obstante, si no cabe hablar de crisis total en cuanto a hecatombe, sí cabe hacerlo en cuanto a transformación radical de su operativa: la banca digital se ha acelerado, el uso de efectivo ha disminuido y el acceso remoto se ha convertido en una forma de trabajar. A ello se suman demandas incrementales por parte del cliente, y exigencias añadidas por parte de los reguladores, que van desde el medio ambiente y la sostenibilidad hasta los controles frente al fraude y el robo de datos.
El resumen ejecutivo de McKinsey sostiene con total rotundidad que sí, “el sistema bancario es al menos tan sólido como antes de la pandemia, y mucho más saludable que después de la última crisis”. Pero, también advierte que “no” se puede hablar con toda tranquilidad de un futuro “brillante y tranquilo” tanto para los bancos como para los accionistas. El desempeño en dos criterios básicos (ROE y valor de mercado a libros) es el principal dolor de cabeza que afronta el sector y que le permitiría un medio plazo relativamente a salvo de sobresaltos.